Una meca de tablones
Fue un escritor colombiano el que sostuvo alguna vez que el punto de partida de sus novelas era una imagen visual. Si bien, hay escritores que parten de una frase, una idea o un concepto, Gabriel García Márquez dijo que el puntapié de sus textos siempre había sido una imagen: "El punto de partida de La hojarasca es un viejo que lleva a su nieto a un entierro; El coronel no tiene quien le escriba, un viejo esperando; el de Cien años, un viejo que lleva a su nieto a un circo para conocer el hielo".
Su comportamiento es lo que lo hace querible u odiado porque, en la historia que se escribe sobre Maradona, a su personaje sí se le reprocha su conducta. No su paso como jugador de fútbol donde pareciera que todos estamos de acuerdo. "Les doy mi compromiso que voy a venir a todos los entrenamientos, no como dice algún gil periodista", les contestó indirectamente a algunos el Diego el día de su presentación. Y esa es la religión que veneraron ayer los hinchas de Gimnasia en El Bosque porque a Maradona se lo quiere precisamente porque no tiene nada de ejemplar.
En 1982, cuando García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura, en su discurso de aceptación titulado La Soledad de América Latina, dijo: "Es incomprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios". Claro que cuando decía eso no se refería a Maradona, pero se refería a él. Al Diego lo sacaron de Fiorito y, como dijo alguna vez, lo revolearon de una patada en el culo a Europa. Y, desde ahí, lo juzgaron con su propia vara. Y, a partir de ahí, Maradona creó su propia religión: "Allá caí y me pidieron, me exigieron, que dijera lo que tenía que decir, que actuara como tenía que actuar, que hiciera lo que ellos quisieran. Y yo hice. Yo...Yo hice lo que pude, creo que tan mal no me fue".