Pirucha

Esta es una historia sobre mi abuela Pirucha. Quien la conoce sabe muy bien que el apodo fue hecho a medida. Quien no, acá va. Nació en 1928, en Tucumán. Hija de un andaluz y una santiagueña. La cuarta de cinco hermanos: las primeras tres, mujeres; el quinto, hombre. A los 20 años, viajó a Buenos Aires para casarse, tuvo dos hijos, y trabajó toda su vida en el Mercado del Plata, en la Dirección General de Tránsito.

Quien la conoce, sabe que nada de todo eso encaja con su apodo. Quien no, acá va. Mi abuela es sus historias. Ella es aquella niña por la que su padre gritaba: "Me cago en Dios, mujer. ¿De dónde ha sacado a esta niña tan rebelde?". Es la que le enredó el pelo a su mamá con un peine mientras dormía y, como primera solución, se lo cortó antes de que despertara. Es la que alborotó a toda su familia porque un día se escapó con el lechero durante la repartición. Es la que se escapaba de su casa para ir a los encuentros peronistas, mientras su marido se lo reprochaba. Es la que se carteaba los comodines y siempre me ganaba en el Chinchon. Y, claro, como buena abuela me decía cómo hacerlo. Es aquella que me enseñaba refranes populares cuando era chica: "Adiós, perfume de violeta. Abrime la bragueta, hasta el último botón y si sale el tiburón no te asustes vida mía". Y es la que durante años, cada vez que se iba de mi casa, me contestaba que se marchaba al "Baile de la Córdoba". Algo que nunca existió, pero por mucho tiempo me quemó el bocho por saber qué carajo era eso.Quien me conoce, sabe lo que me gusta contar sus historias. Y cada vez que veo El gran pez, no puedo evitar sentirme identificada. Y ahí entiendo por qué durante años me repitió una y otra vez lo mismo: "Un hombre cuenta sus historias tantas veces que él se vuelve sus historias. Lo sobreviven a él. Y de esa forma, él se vuelve inmortal".Mil veces escuché sus relatos, y mil veces los conté. Y cada vez que los repito, creo que ella logró aquello que buscaba. Al igual que Edward Bloom se convirtió en lo que siempre fue. Un pez muy grande. "¿Alguna vez has escuchado un chiste tantas veces que has olvidado por qué es gracioso? Y luego lo escuchas nuevamente y de repente es nuevo. Y recuerdas por qué lo amabas al principio". Eso me pasa a mí. Eso me pasa cada vez que voy a su casa y sé que quiere echarme porque dice al aire: "Las ocho en Santiago y las nueve en Tucumán, ¿qué hacen las visitas que no se van?"

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