El fútbol como pandemia

Ahora y siempre. 24 de marzo

El arquero está dispuesto a tapar con la cara con tal de que la pelota no entre, porque lo más importante son las agallas. Esta es la historia de Emilce Trucco y Antonio Piovoso, arqueros. Y desaparecidos.

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-¿Vos tenés algo que ver con Antonio?

-Sí, es mi tío.

-Estaba enamoradísima de él, de sus camisas celestes, de sus ojos turquesas.

Sebastián Piovoso está en un aula de la Facultad de Arquitectura de La Plata. Y recibe la pregunta de la profesora, Adriana Posse, que pasa lista. Estamos en 1998, y Sebastián apenas sabe que su tío es uno de los 30 mil desaparecidos por la dictadura militar. Entonces, junto a Adriana, se proponen recuperar la memoria del Tano Piovoso, traerlo de nuevo a la vida con el recuerdo, hacerle justicia con la verdad.

Antonio Enrique Piovoso es el único futbolista que jugó en Primera División entre los desaparecidos. Arquero, hizo las inferiores en Estudiantes, hasta que se peleó con un entrenador y cambió de vereda: jugó tres partidos en Gimnasia La Plata, en 1973. Si esto se sabe es, en gran parte, es por su sobrino Sebastián, que preguntó a amigos y familiares, rescató fotos y recortes de diario, y dio testimonio. En 2018, Gimnasia colocó una placa en la puerta de la cancha, con los nombres de sus deportistas desaparecidos. Entre las palabras "Verdad, Memoria y Justicia", además de Luis Cianco y Miguel Sánchez, quienes jugaron al fútbol en las inferiores del club, aparece "Antonio E. Piovoso".

"La memoria emotiva del fútbol sólo rescata a los triunfadores, y Piovoso, un discreto arquero, fue olvidado incluso por muchos excompañeros y rivales. Es el jugador robado por los militares en 1977, pero también olvidado por el fútbol", escribe el periodista Andrés Burgo, que retomó su historia en El Gráfico en 2013. "Antonio era un muchacho relativamente bajo, pero se las ingeniaba, quizás por su personalidad de tipo muy alegre, muy superado. Suplía su falta de físico con astucia", recuerda Daniel Guruciaga, arquero de Gimnasia junto al Tano y Hugo Gatti en el plantel de 1973, en la serie documental Deportes, desaparecidos y dictadura, de Gustavo Veiga.

Mientras estudiaba, y después de un error que le costó caro en el tercer partido en Primera, Piovoso siguió en clubes de pueblos bonaerenses: Atlético Mones Cazón de Pehuajó, Huracán de Tres Arroyos, Athletic de Azul y Banco Nación de Mar del Plata. Hasta que el 6 de diciembre de 1977 fue secuestrado en el estudio 2a&2i, donde trabajaba de dibujante, en las galerías Williams del centro de La Plata. Hacía un año había dejado el fútbol. Estaba en quinto de Arquitectura. Tenía 24 años. Los testimonios coinciden en que su militancia se centraba en el reparto de volantes y en la búsqueda de "las minas más lindas". "Vos tenés barba y pelo largo y no quisiste hablar. Te venís", le dijo aquel día el genocida Héctor "El Oso" Acuña, condenado a perpetua por privaciones ilegales de la libertad, tormentos, abusos y homicidios.

En la figura de Piovoso, único desaparecido que jugó al fútbol en Primera, vive una generación. "El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano -escribió Héctor Germán Oesterheld, también desaparecido, en el prólogo de la gran historieta argentina-. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe 'en grupo', nunca el héroe individual, el héroe solo". La frase vale siempre, y más un 24 de marzo dentro del coronavirus.

Por Roberto Parrottino

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(Basada en la nota "Emilce Trucco, la historia de la militante

que une a la memoria con el fútbol" de Ayelén Pujol)


El 5 de septiembre de 1971, un grupo de compañeras de la escuela Nacional de Comercio de Realicó, La Pampa, jugó un partido amistoso para juntar dinero para un viaje de estudios. La mayoría no había tocado una pelota en su vida. Y, en el momento de decidir las posiciones, Emilce Magdalena Trucco fue la encargada de ir al arco.

Tenía que ser ella. Porque para ser arquera cuando no hay una arquera fija en el equipo "lo más importante no es el talento, sino las agallas, la voluntad", como dice el escritor Eduardo Sacheri en el relato "Lo mejor de mi vida".

Seguramente Luis Ibáñez -su entrenador aquel día- notó que Emilce era la que estaba mejor preparada para ocupar ese puesto. Y no porque supiera achicar o descolgar un centro. Vio en ella esa valentía que se necesita para no tenerle miedo ni a los golpes, ni a la pelota, ni a las delanteras.

Porque también la arquera es la que tiene que bancarse que le metan uno, dos o tres goles. Y, durante ese partido, a Emilce le metieron entre seis y siete goles. "La vi agacharse muchas veces a buscar la pelota al fondo de la red", contó Carlos Rodrigo, un periodista que cubrió aquel partido que se jugó en el club Ferro Carril Oeste de Realicó.

El 5 de septiembre de 1971, Emilce jugó un partido con sus compañeras de escuela, fue la arquera y se comió una goleada. Eso ocurrió seis años antes de que fuera secuestrada y desaparecida por la dictadura. En 2011, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó sus restos.

Quienes compartieron partido con ella aquel día recuerdan que Emilce jugó con medias cancán porque quería tapar la blancura de sus piernas.

Quienes la conocieron afuera de la cancha la recuerdan rebelde e impulsiva. Ese carácter que necesita una arquera que jamás se paró debajo de los tres palos. Esa personalidad que provocó que las medias cancán terminaran todas agujereadas porque no cualquiera, como escribe Sacheri, está dispuesta a "tapar con la cara, la panza, las piernas, los dientes o la espalda, con lo que sea con tal de que la pelota no entre".

Por Delfina Corti


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