Ese hechizo de epopeya

El día anterior se había despedido de su mamá. Tenía que volver a su pueblo, lejos del DF. Tenía veinte horas de viaje hasta su casa. Normalmente. En Semana Santa, las líneas de bus colapsan por las vacaciones. México DF - Chetumal, AGOTADO. Esto ya le había ocurrido anteriormente, pero él no había aprendido. No fue tan grave la anterior vez, no tenía por qué serlo ahora: dos micros en vez de uno, un día y medio de viaje.

En Palenque hizo su primera parada. Llegó a las nueve a la estación. El próximo bus salía a las 21.45. "Queda un lugar, precisamente el último asiento, el 44", le dijo el vendedor. No le gustaba la idea de viajar al lado del baño, pero menos aún quedarse hasta el día siguiente hasta que saliera el próximo bus.

Al subir, se encontró con una muchacha en el asiento 43. Estaba durmiendo, acurrucada y con un pañuelo tapando sus piernas. Se sentó a su lado y esperó la salida. Él no tenía sueño. Había estado durmiendo durante varias horas en su anterior viaje.

Antes de arrancar, un hombre se acercó hacia él. Despertó a la chica y, con tonada argentina, le dijo que su micro también estaba por salir y que se encontraban en la terminal. La chica apenas abrió los ojos y desprendió un breve "Dale".

"(Su) primera sonrisa fue automática, impersonal". Esa tonada le refería mucho más que su nacionalidad. "Tenía la idea de que los amores no se imponen, ni siquiera se eligen. Pensaba que en todo caso eran los amores los que optan, los que se le imponen a uno". Eso era para él el fútbol argentino.

- ¿Sos argentina? ¿A qué equipo le vas? - le preguntó de entrada, sin esconder su fanatismo.

- Racing - contestó ella, entre dormida.

"Esa fue la segunda vez que sonreíste. Una sonrisa extrañada, a lo mejor desconcertada, (...) pero sonrisa al fin". De todos los equipos posibles, justo tuvo que ser de Racing. Hacía unos días, antes de viajar al DF, un amigo le había regalado la casaca de Lacadé. Era la de la temporada anteior, en cuyo centro tenía la inscripción "La pasión tiene dueño". Él desconocía el por qué, pero había llenado ese vacío con una explicación racional: "Las hinchadas argentinas son dueñas de la pasión futbolera. Hermoso lo que dice", soltó. Ella no sabía si sacarle esa sonrisa con la que había dicho esas palabras y cambiarle esa ilusión con una explicación más bien comercial. Prefirió callar. Detrás del marketing, en el fondo, estaba plasmada esa idea.

"Creo que ese fue el momento más difícil. (...) Me refiero a nuestra charla, o más bien a mi monólogo. (...) Y estuve a punto de rendirme, de ponerme de pie, de ofrecerte la mano y despedirme con una disculpa por el tiempo que te había hecho perder. No sé si te ha ocurrido, eso de entusiasmarte hasta el paroxismo con alguna idea que apenas la echás a rodar se vuelve harina y es nada más que pegote entre los dedos. Así quedé yo en ese momento".

Hasta ahí había llegado la charla. O al menos eso creyó ella. Durante su viaje, varias veces le habían preguntado sobre su país y, tras su respuesta y una mueca de una sonrisa que no llega a ser, el diálogo había llegado a su fin. Sin embargo, él sacó su celular, le mostró una foto suya posando con la casaca de Racing- no debía ser cosa que ella pensara que era todo mentira - y, después, una foto con la playera de su equipo.

- Yo soy del Necaxa, ¿lo conoces?

- No - contestó ella, apenada por la alegría con la que él había pronunciado su equipo.

- En un momento llegó a ser el mejor equipo de México. Por culpa de los dirigentes y los negocios, el club terminó en la ruina. Ahora está en segunda, pero ya va a volver.

Otro silencio. Ella pensó en decirle que al fin y al cabo, el fútbol y los negocios que conlleva eran iguales en todo el mundo. Estuvo a punto de explicarle la quiebra de Racing y los años de gerenciamiento. Prefirió callar, nuevamente. Había algo que no quería romper. Sin embargo, él supo a donde iba ese silencio. Como si le hubiese leído la mente, comprendió esa angustia y esa bronca compartida. Así que siguió:

- En Argentina, el fútbol es diferente. El club es de los socios. Acá hay varios clubes con dueño. Imaginate. El año pasado ascendió a primera un equipo pequeño, de pueblo, con pocos hinchas y una cancha con dos tribunas. Para el pueblo, el ascenso fue una alegría. Nadie se lo imaginaba. Se festejó durante días. ¿Sabés lo que hicieron los dueños este año? Trasladaron el club a la ciudad más cercana y le cambiaron el nombre. Eso en su país no pasa.

- No pasa en esa dimensión, al menos yo no estoy enterada de algún caso semejante. Sí tenés negocios, mafias y vaciamiento de clubes.

- Por eso, no en esta dimensión - dijo. Se había quedado con la parte que le convenía y mientras soltaba esas palabras, acentuaba su añoranza sobre el fútbol argentino.

"Entonces no tuve más remedio que alzar la vista y mirarte. Tenías la cabeza apoyada en la mano, y el codo en la mesa y los ojos en mí. Y tus labios todavía no habían desdibujado esa sonrisa de curiosidad, de alguien que quiere que le sigan contando el cuento".

- Aparte, ustedes tienen algo que va más allá de los negocios, la pasión. Existe un escritor argentino que pone muy bien en palabras lo que yo pienso. Se llama Sacheri, ¿lo conoces?

- Sí - respondió con una sonrisa - Leí algunos cuentos y un par de novelas.

- ¿Leíste "El cuadro de Raulito"? - preguntó entusiasmado. "Más o menos así me dejé caer en la silla frente a vos. Sin dejar de hablar ni de mirarte, y sin atreverme a apoyar los codos sobre la madera, como para que mi aterrizaje no fuese tan rotundo".

- No, justo ese no lo leí.

- ¿Quieres que lo escuchemos? Está relatado por Apo.

- Bueno - dijo sin más ni más. "¿Dónde se ha visto que una chica acepte sin más ni más a un desconocido en su mesa, sobre todo si el desconocido tiene el traje desaliñado, la corbata floja y la cara empapada de sudor, como si llevara unas cuantas cuadras lanzado a la carrera?" Hacía varios minutos que estaba disfrutando esa charla.

Un auricular para cada uno. Ella cerró los ojos mientras escuchaba el cuento. Él miraba hacia adelante y por momentos volteaba la vista para ver si ella también estaba disfrutando. En varios pasajes, las sonrisas aparecieron en sus rostros.

El cuento terminó.No hacía falta decir nada, ni explicar nada. "¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Intentar explicarle? ¿Cómo? Se conformó con mirarla, mientras seguía sintiendo el fluir del tiempo en el gotero de cristal de ese momento indestructible". Quizás por eso, porque no quería que eso terminara, le pidió a ella que recomendara un cuento. "Una sonrisa exactamente así", dijo sin vacilar. Apo volvió a relatar.

Nuevamente, sonrieron. Después de veinte minutos, cuarenta entre los dos cuentos, se sacaron los auriculares. No se dijeron nada. "Tuvo miedo de pronunciar palabra, como si cualquier cosa que dijese conllevara el riesgo de destruir ese hechizo de epopeya". Ella se acomodó, se dio vuelta y se durmió. Él se quedó durante varios minutos despierto y, después, por reflejo la siguió.

El freno del micro lo despertó. Habían llegado a su parada. A su lado, ella dormía tapada hasta la cabeza. Pensó varias veces en despertarla y en decirle lo bien que la había pasado. "No todos los días se escucha a Sacheri con una chica tan linda", proyectó en su mente. Le sonaba mal. Sacheri nunca hubiera dicho algo así. Aparte creyó que eso ella ya lo sabía e iba a ser redundante. Sin embargo, algún gesto quería tener. Sonrió. Se sacó la campera, la playera que llevaba debajo y la despertó.

"Se sintió reconciliado con la vida, eufórico, agradecido, emocionado; dueño legítimo y absoluto de las palabras que iba a pronunciar":

- Me voy, te dejo un regalo.

Entre dormida, miró a su lado y sonrió. "Gracias", dijo. Durante esa noche, más palabras hubieras estado demás. Él se bajó. Ella miró nuevamente la playera del Tri y sonrió. "No sé si en otros deportes esas cosas son posibles. En el fútbol sí. Nada es para siempre, ni definitivo, ni imposible. ¿Será por eso que es tan lindo?".

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar