Prohibido jugar descalzo

En una sala repleta, por momentos uando João anunció que se retiraba del fútbol profesional, un periodista no tardó en preguntarle:

- ¿Es verdad lo que sostuvo Zamorano, que los futbolistas mueren dos veces: primero, cuando dejan el fútbol y, luego, cuando mueren de verdad?

João lo miró al periodista, y, con una mueca en sus labios, le contestó:

- Zamorano habrá sentido eso. Durante estos veinte años que estuve vinculado al fútbol profesional, nunca me sentí futbolista. Sí, un deportista. 

Y ahí, en la prudencia de la sala, hizo un silencio para tomar agua. João no lo decía como una excusa para evitar la pregunta. Lo sentía de verdad. Y durante algunos segundos, mientras los periodistas lo miraban como si esperaran la segunda parte de la respuesta, pensó en explicar aquello que había dicho.

Su primer recuerdo como futbolista había sido en el Templo de Mangaratiba, Río de Janeiro, que quedaba cerca de su casa. La canchita de barrio era conocida con ese nombre por aquellos que la habían pisado alguna vez. El tío de João la había bautizado así el día que había llevado a su hijo a jugar por primera vez a ese rectángulo. João era hijo único. Su papá trabajaba todo el día y fue por ese motivo que fue su tío, el hermano de su mamá, quien lo llevaba tarde de por medio a la canchita de cemento a un par de cuadras de donde él vivía. Ahí, João jugó sus primeros partidos junto a sus primos y amigos del barrio.

- João, vení. Cada vez que entres al Templo, tenés que descalzarte. Es un ritual- le dijo el tío la primera vez que entró a la canchita.

João no le preguntó por qué. Era chico y hacía lo que los grandes decían. Además, veía cómo los demás chicos se sacaban las zapatillas y también las dejaban afuera. Después, una vez adentro, observó el segundo paso del ritual. Los más grandes tiraban una moneda y el que ganaba elegía primero. Así, se formaban los dos equipos, dos equipos que siempre se llamaban de la misma manera: En cuero y Con remera. Era la forma en que se diferenciaban y era la forma en que los vecinos conocían al clásico del barrio. Cuando João llegaba a su casa, lo primero que su mamá le preguntaba era quién había ganado: "¿En cuero o Con remera?". A João le fascinaba jugar En cuero. Primero, porque no podían agarrarlo cuando encaraba en velocidad (siempre había sido uno de sus puntos fuertes como futbolista). Y, segundo, porque cada vez que se largaba la lluvia, le encantaba mojarse el pecho y no sentir la remera pesada.

Al poco tiempo de sumarse a los picaditos, João mostró su gambeta, su velocidad y la puntería en el arco. Su edad y su estatura no se notaban adentro de la cancha. Era diferente. Todos se lo decían. Él lo sabía, pero a medida que pasaban los años no lo quería escuchar. Sabía lo que eso significaba y no quería saberlo. Un día, después del partido, el tío lo agarró mientras se ponía las zapatillas. Se acercó y le dijo que un amigo de él quería llevarlo a un equipo profesional. João tenía 13 años.

Ese día, mientras se calzaba por última vez sin saberlo, João miró la canchita y clavó su mirada en un cartel que había estado siempre ahí, colgado: "Prohibido jugar descalzo".

- La primera vez que jugué acá no sabía leer. Con el tiempo, comprendí lo que decía ese cartel, pero siempre me quedaron tus palabras: cada vez que entres al Templo, tenés que descalzarte. ¿Por qué?

- El que escribió ese cartel es un familiar lejano del que escribió el reglamento profesional de fútbol - le respondió -. En el fútbol profesional, los jugadores no pueden jugar en cuero, no puede sacarse jamás la camiseta (incluso cuando hacen un gol para el recuerdo) y, menos aún, pueden jugar descalzos. Eso no es fútbol, João. Es un deporte profesional y los jugadores no son futbolistas. Son deportistas profesionales. Si yo te pido que me des tu imagen preferida de estos años jugando en esta canchita, ¿vos qué me respondés?

- Un día, mientras jugaba En cuero, se largó a llover. Hacía mil grados, estábamos a punto de suspender el partido porque nos quemaban los pies, pero la sensación de la lluvia en mi pecho, en nuestros pechos, permitió que jugáramos dos horas más. Me acuerdo que el piso resbalaba un poco, así que no corríamos para no matarnos. Hacíamos pases cortos y trasladábamos la pelota con pisaditas. Yo pisaba la pelota mojada con mi pie mojado. Y cada vez que la pasaba, la paraba o le pegaba, veía como desde mi pie salían mil gotas que acompañaban el movimiento de la pelota. Yo me quedo con esa imagen.

- Nunca te la olvides porque cuando seas jugador profesional, no vas a poder hacer nada de eso. Pero un día, te vas a retirar, vas a llorar de emoción frente a un par de desconocidos quienes van a creer que estás triste, y vas a volver a nacer porque vas a saber que al día siguiente vas a ser de nuevo un futbolista más...

- ...voy a volver al Templo, me voy a sacar las zapatillas y la remera. Y voy a volver a pegarle a la pelota como corresponde: descalzo - interrumpió João el silencio frente a un par de desconocidos como lo había hecho años atrás frente a su tío. 


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