Detalles

La había besado hacía unos minutos. Estaban tensos. Ella estaba incómoda. Él por momentos le pedía perdón. Ella balbuceaba algunas palabras mientras deseaba llegar a su casa. Decidió acompañarlo hasta una esquina para que se tomara un taxi. Llovía. Se había largado mientras cenaban. Ella miraba hacia abajo y pensaba por qué él había tenido que besarla. Ella le había dicho que no quería y a él no le había importado. Le gustaba y le gusta escucharlo, pero le había dicho que no quería que la besara. Le encantaba hablar durante horas con él. Muchas veces, sin que él supiera, ella esperaba recibir un mensaje suyo, un mensaje cuyo contenido fuera un texto donde ambos se encontraran. Ella los leía porque hablaban de fútbol, hablaban de él y, también, hablaban de ella. Eran historias donde ambos se encontraban -por separado o juntos- en pequeños detalles, en frases y en el encanto de la prosa de quien las escribía. Ahí, se sentía satisfecha. Por eso, había aceptado salir con él: para escucharlo, para que la escuchara, para jugar al fútbol un rato. Y él había decidido besarla. Ella estaba enojada. Ya no quería escucharlo.

Camino al taxi, mientras esquivaba sus justificaciones, un detalle hizo que ella levantara su cabeza y sonriera. No le sonrió a él, le sonrío a su historia. Él agarró una banda elástica de la vereda y, sin buscarlo, le dijo unas palabras que la acompañarían -por siempre- por las calles de Buenos Aires. Aquella ciudad, guardaba un detalle. Y él fue quien se lo enseñó. 

Bajo la lluvia, él se tomó el taxi. Ella volvió a su casa. Intercambiaron algunos mensajes: él le pedía perdón por haber arruinado la noche y ella le repetía que no había sido así. En realidad, él sí la había arruinado, pero un detalle lo salvó. Esta vez no se trataba de fútbol, pero era una historia que a él le hubiera encantado leer en algún texto para poder enviárselo a ella. Una historia que tratara de la cantidad de banditas elásticas que hay en las calles de Buenos Aires sin que nadie sepa de dónde salen.