Mi hermano, el Chelo Delgado y yo
Vamos a decir esto rápido. No siempre fui hincha de Racing. Dicen que el club lo eligen tus papás. Así como deciden tu nombre, deciden tu equipo de fútbol. Y resulta que mi papá era fanático de Racing y mi mamá, de River. Y fue a ella a quien le tocó hacerme gallina.
Creo que si mi papá no se hubiera muerto cuando yo era chica, la historia podría haber sido distinta. Mi hermano hubiera tenido con quien jugar al fútbol y con quién hablar de Racing. El tema es que mi papá murió cuando yo tenía cuatro años y la historia se escribió de otra manera.
Mi hermano, primero, me enseñó las canciones de Racing, antes de yo ser hincha de La Academia. Nos subíamos arriba de los sillones y cantábamos como si estuviéramos en los para avalanchas. Segundo, me dijo algo que nunca se me olvidó.
Yo no sé si hay gente que nació sin equipo y un día decidió hacerse hincha de un club. Tampoco sé cómo ni por qué, pero yo sé lo que me dijo aquella vez mi hermano: "lo más grande que tiene Racing es su gente". Tiene copas, claro, pero desde hace unos años hasta esta parte, es más bien un equipo sufrido: años sin salir campeones, dos años en Segunda, un rival que nos lleva incontables clásicos de diferencia en el historial y partidos que se perdieron o empataron de maneras impensadas que solo Racing sabe hacerlo.
Y resulta, que en 1995, mi hermano fue por primera vez de visitante. Estuvo toda la semana contándome que iba a ir por primera vez a la cancha de Independiente. Estaba tan contento que yo también quería estarlo. Le pedí que me llevara, pero se negó. Mi mamá no podía creer que yo le estuviera pidiendo ir a ver a Racing cuando era hincha de River. Incluso hoy me lo sigue reprochando y cada vez que habla con algún allegado a mí le recuerda que yo en algún momento fui gallina. Lógicamente, no me dejó acompañar a mi hermano, pero me acuerdo que antes de irse de mi casa él me dijo que yo tenía que alentar a Racing. Esa era mi tarea. "Si vos alentás acá, y yo allá, vamos a ganar", me soltó. Y yo creí en mi misión. Tenía que hacer lo que muchas veces habíamos hecho juntos: prender la tele, subirme al sillón y cantar la infinidad de canciones que me había enseñado durante dos años. Pero, ese día, no solo mi mamá no me dejó ir a la cancha, sino que me obligó, porque no podía dejar a su hija de seis años sola en la casa, a acompañarla a llevar a mi hermana mayor a un cumple. Así que el primer tiempo no lo vi. Mientras íbamos en el auto, yo tarareaba las canciones, pero estaba tan enojada por dentro porque mi hermano me había pedido solo una cosa, una, que alentara y viera el partido como lo solíamos hacer juntos.
Me acuerdo cuando llegué, prendí la tele y vi, en el entretiempo, que perdíamos 0-2. Me puse a llorar. Le dije a mi mamá que la culpa había sido de ella porque no me había dejado ver el primer tiempo. Yo estaba convencida de que Racing perdía por eso. Le agregué que yo no iba a ser más hincha de River porque la odiaba. Hoy lo pienso y me resultaría muy difícil que mi hijo me dijera algo así, pero en ese momento fue lo que me salió. Llorando, subí al cuarto de mi hermano que, al ser el mayor, siempre tuvo el privilegio de tener televisión en su pieza y me encerré con llave. Mi mamá me pidió un par de veces que le abriera, pero yo me negué. Quería estar sola. Me senté a ver mi primer partido como hincha de Racing parada en la cama. No era tarea sencilla remontar un 0-2 en la cancha de ellos. Hoy me resultaría casi imposible. Sí grité goles en el último minuto para empatar 1-1, pero fueron siempre en nuestro estadio. Pero ese día, creo yo, Racing no podía fallarme. Y yo no podía fallarle a mi hermano mayor.
A los pocos minutos de arrancar el segundo tiempo, en una pelota larga, el arquero se equivocó y el Piojo López, nuestro Piojo, aprovechó y la mandó a guardar. Hoy no sé si gritaría ese gol como lo grité aquella vez. Pero era mi primer gol como hincha, ¡¿mirá si no iba a gritarlo?!
Mientras los minutos pasaban, yo cantaba, incluso llegué a agarrar una camiseta de mi hermano y a revolearla como veía que hacían algunos hinchas de Racing en la tele. Vi el partido hasta el final convencida de que íbamos a marcar, al menos, un gol más. Y así fue. En mi primer día como hincha, el Chelo me regaló uno de los goles más lindos que se hayan visto en el clásico de Avellaneda. Avanzó con la pelota por la derecha, y en el borde del área grande, casi en la esquina del área grande, metió un derechazo tres dedos hermoso. La pelota hizo una curva perfecta para entrar por el segundo palo. Yo creo que el arquero pensó que la pelota se iría porque no hizo más que mirar la trayectoria y ver cómo se metía a su lado. Atrás de ese arco, estaba la gente de Racing, estaba mi hermano. Gritaban, cantaban. El Chelo salió festejando con los brazos en alto y lo gritó con su gente. Yo hice lo mismo, pero en mi casa. Salí gritando con los brazos en alto y se lo grité a mi mamá. Ella me miró y sonrió. Es mi mamá. Creo que se había quedado mal con lo que yo le había dicho, así que en ese momento se puso contenta por mí. No sé si me di cuenta en ese momento, pero seguro se me puso la piel de gallina mientras gritaba aquel gol. El partido terminó a los pocos minutos. Yo eso no lo vi. Me acuerdo que me subí al sillón y me puse a cantar las canciones que, seguramente, estaba cantando mi hermano en ese momento en el estadio del Rojo.
¿Viste cuando te dicen que el amor es una cuestión de dos? Yo me estaba enamorando de Racing, no era una tarea sencilla, pero yo sabía que algo había entre nosotros dos. Yo había hecho mi parte, había alentado todo el segundo tiempo como mi hermano me había enseñado. Y ese día, Lacadé también hizo la suya: me regaló una remontada y me regaló uno de los goles más lindos que yo haya gritado.