El fútbol como pandemia

10. Enganche


Francesco Totti, Er Pupone, donó 15 monitores cardíacos durante la pandemia. Una enfermera se escribió "Totti" con fibrón negro en su ambo blanco. Y, debajo, "10".

Marta, seis veces mejor futbolista del mundo, aprendió gracias a la historieta La pandilla de Mónica que se llora al principio y se sonríe al final.

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"¡Eh, qué hacés, Totti!", me tiran algunos cuando ando con la camiseta Nº 10 de la Roma de la década del 80, la de la publicidad Barilla en el pecho. No es la de Francesco Totti. Es, en concreto, la de Carlo Ancelotti. Pocas veces me detengo en la aclaración. Soy hincha de la Roma -y de Totti- desde el Scudetto 2001. Gabriel Batistuta había llegado al club de la capital para ganar su primer título en Italia. Y yo, que tengo 11 años, sigo fecha a fecha a la Roma por el canal PSN. Batistuta, sin querer, oficia de puente a Totti, quien -lo sabré después- no sólo es un crack: es Roma.

Totti ganó el Mundial de Alemania 2006 con la selección italiana. También, como poquísimos futbolistas, siempre jugó en un mismo club. Lo hizo hasta los 40 años. Pero Totti significa mucho más. Giansandro Merli es periodista. Cuando lo conocí en Buenos Aires, me aclaró: "Y tifosi del Lecce". Un año después, en octubre de 2018, fue mi anfitrión en Roma. Visitamos el Olímpico: 3-0 a CSKA Moscú por Champions. Totti ya no jugaba. Había pasado más de un año de su último partido, cuando ese estadio lloró a Il Capitano. En enero, Sandro me mandó una foto de una doble página del diario La Repubblica. El título de la nota: Smetto quando voglio (Dejo cuando quiero). Totti volvía a jugar en el fútbol amateur romano, lunes por la noche, canchitas de pasto sintético, ocho jugadores, su equipo: el Totti Sporting Club.

Alejado de la Roma, en eso andaba hasta el puto coronavirus. En los últimos días, Totti donó 15 monitores cardíacos al hospital de enfermedades infecciosas Lazzaro Spallanzani, de Roma.Y Valentina Buzzi, una enfermera de un hospital de Varese, en la región de Lombardía, la más afectada de Italia, se escribió con fibrón negro, detrás de su ambo blanco, "Totti". Y, debajo, "10". "Me hice hincha de la Roma -contó Valentina, a 631 km de la capital- por Totti. ¿Cómo explicás por qué te enamorás? Simplemente, sucede". 

"Nosotros tenemos un sobrenombre para él -me contó Marco de Laurentis, un entrenador de arqueros que fue compañero de Totti en las inferiores de la Roma y trabajó en Argentina-: Er Pupone. El pupo, para nosotros, es un nenito. Cuando recién nacemos, en dialecto romano decimos: 'Ay, qué lindo pupo, qué tierno'. Para nosotros, Francesco es Er Pupone, un chico bueno, de familia humilde y trabajadora, que supo conquistar los corazones de la gente por su simpleza, porque se hizo querer, asumió el rol de que él es el hincha".

En 2001 cumplo 12 años. Estoy delante de una torta con el escudo de Boca. Todo chivado por jugar a la pelota con mis amigos y primos. Mi papá también suda. Seguro se metió a patear con nosotros, como un chico más. Como siempre. Y me abraza por la espalda, apretando el pecho -mi corazón- con la mano derecha. Por encima, el escudo de la Roma. Ese año le pedí que me regalase la camiseta. Veo ahora esa foto pegada al costado de la heladera. Es la azul, la suplente, porque siempre me gustaron las camisetas azules, en todos sus tonos. Detrás, un apellido. Perdón, Francesco, mi viejo habrá hecho lo imposible. Pero dice "Batistuta". Y tiene el "18".

Por Roberto Parrottino

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Es la única mujer que tiene las huellas de sus pies impresas en el Maracaná. Los brasileños le dicen A Rainha (La reina), corona que Brasil solo le dio a O Rei Pelé. Nació en una favela y, a los 14 años, viajó tres días en micro para entrenar por primera vez con un equipo femenino de fútbol en el club carioca Vasco da Gama.

En el Mundial Francia 2019, luego de perder en octavos de final frente a la selección anfitriona, Marta Vieira da Silva sentenció, entre lágrimas: "Tienes que llorar al principio para sonreír al final".

En Brasil, a fines de la década del 50, se publicó por primera vez las historietas de La pandilla de Mónica. Las historias de Mónica giran en torno a su relación con Cebolinha, un nene que trata de hacerla enojar constantemente, pero que al final siempre pierde con Mónica.

Casi treinta años después de su primera publicación, en Alagoas, uno de los estados más pobres de Brasil, Marta aprendió a leer y a escribir con aquella historieta infantil porque no pudo acceder a la escuela hasta los nueve años.

Pero Mónica también le enseñó algo más: "Tienes que llorar al principio para sonreír al final".

Marta Vieira da Silva, a sus 34 años, fue elegida seis veces por la FIFA como la mejor jugadora del mundo y es la máxima goleadora de los Mundiales femeninos y masculinos con 17 goles en cinco ediciones. Además, Marta, quien durante la pandemia recauda fondos para las instituciones brasileñas que así lo necesiten, fue subcampeona de la Copa del Mundo en 2007 y medalla de plata en los Juegos de Atenas 2004 y en los de Pekín 2008.

Aquellos números, sin embargo, no dan cuenta de los comienzos de Marta y de tantas otras. En Brasil, en los años 50, empezó a circular la idea de que en un país tan desigual, la cancha era el único lugar igualitario. Pero no para todos, porque esa idea de un Brasil que incluía a los negros y a los pobres excluía a las mujeres.

Cuando sus hermanos mayores la veían jugar al fútbol con los chicos de Dois Riachos, una localidad del estado brasileño de Alagoas, la corrían para llevarla a la casa. Pero Marta, al igual que Mónica con Cebolinha en la historieta, nunca abandonó: "Me di cuenta de que era una forma de progresar en la vida y de una cierta manera revertir ese papel de la mujer".

Por Delfina Corti


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